Por Diana Tussie.
El pasado 20 de Junio las Relaciones Internacionales perdieron a un pionero. Robert Gilpin aunó y tematizó tempranamente la economía con la política internacional. Su definición de la Economía Política Internacional como la intersección entre estado (como corporización de la política) y el mercado (como corporización de la economía) es un clásico- aún si fue ampliamente debatida y superada. Lo relevante es que esta simple caracterización la haga un realista conservador. La relación entre ambos componentes había sido relegada en los estudios realistas clásicos de la disciplina. Yo enfatizo en negritas estudios realistas clásicos haciendo referencia tanto a E.H Carr, Hans Morgenthau como a Kenneth Waltz o John Mearsheimer. En cambio en el sur, la dimensión económica del orden internacional es iniciática, para nada olvidada ni relegada ,y siempre presente, en los estudios iniciados en la CEPAL, la teoría de la dependencia, o más tempranamente, en las escuelas marxistas. Hace ya cien años Lenin denunciaba al coloniaje como la política exterior del imperialismo capitalista. Las limitaciones al desarrollo que han atravesado desde su constitución a las naciones periféricas han expresado-acaso de manera más fiel- las tensiones entre política y economía.
En la trayectoria de Gilpin, la debacle del sistema de Bretton Woods fue un parteaguas y un pivote a partir del cual desarrolló sus mejores contribuciones. La devaluación del dólar, la suba de los precios del petróleo en 1973 y las demandas desde la periferia articuladas en el entonces llamado Nuevo Orden Económico Internacional(NOEI) dieron por tierra la “naturalidad” de las reglas y desenmascararon intereses. Los conflictos desatados pusieron de relieve lo que Richard Cooper denominaría “la economía de la interdependencia”. Tal como Gilpin lo reconoció, tematizando la dimensión económica, se nutrió del mismo Richard Cooper, Susan Strange, Raymond Vernon y Jerry Cohen. Con ellos lideró una escuela en oposición a los enfoques más conservadores que permeaban la política externa de Estados Unidos con una visión hostil del escenario internacional que llevaba a insistir en la recomposición hegemónica norteamericana sin atender a la interdependencia económica.
A pesar de su adscripción al partido republicano, Gilpin no dejó nunca de puntualizar que el mercado no está inexorablemente ordenado por leyes naturales (expuesto tantas veces en el mantra “no hay alternativa”) sino que descansa sobre decisiones políticas, por lo cual hay múltiples alternativas. El estado es ordenador y regulador. Regula el mercado por omisión o comisión. En contraste con esta argumentación que se destaca en todos los trabajos de Gilpin, su veta más conservadora se trasluce en su apuesta por el orden económico liderado por una gran potencia, Estados Unidos claro está, y su preocupación frente a la falta de liderazgo hegemonizante.
En América Latina Gilpin es ampliamente conocido por el libro de texto La Economía Política Internacional de las Relaciones Internacionales publicado por el Grupo Editor Latinoamericano en 1987. Ahí expuso el sentido común de la disciplina en Estados Unidos ordenada en una taxonomía con tres visiones: la liberal, la marxista y la llamada mercantilista con la cual se identificaba. A pesar de todo lo que la taxonomía deja de lado, su valor, tal como lo postulaba Gilpin, es que dichas alternativas son entendidas en parte como tradiciones intelectuales y en parte como ideología. Lamentablemente esta perspectiva cándida y sobria se fue esfumando en muchas exposiciones posteriores, particularmente dada la gran circulación de su texto. Su valor estuvo en el reconocimiento del marxismo, algo que otros libros de texto estadounidenses de circulación masiva tendían a obliterar evitando todo reconocimiento De todas maneras, a pesar de lo despojado de la presentación de Gilpin siempre sentí este encuadramiento como limitante de nuestra riqueza intelectual. A mi manera de ver una de sus obras más estimulantes es US Power and the Multinational Corporation , de 1975, en la cual, lejos del determinismo, colocó un cuestionamiento sobre la convergencia dada por sentada entre las empresas multinacionales involucradas en el exterior y el poder de los Estados Unidos.